Fuentes del Nilo
El río Nilo es el mayor río de África y fue considerado durante siglos el río más largo del mundo.
Resulta asombroso que una caudalosa corriente de agua que nace en el corazón del África negra, en las orillas del gran lago Victoria, en Uganda, siga precisamente esa ruta casi invariable hacia el norte, atraviese extensos territorios de Uganda y Sudán del Sur, se disipe en un extensísimo e impracticable laberinto pantanoso (el Sudd), prosiga hasta Jartum, donde recibe las aguas de su último gran afluente, el Nilo Azul, se interne en los desiertos de Nubia y Libia y continúe fluyendo incansable por los secos territorios de Sudán del Norte y Egipto, aportando vida y verdor a su paso, hasta su desembocadura final en el Mediterráneo.
Pero el Nilo es también un río misterioso. Durante cientos, miles de años, guardó celosamente el secreto de su origen. La ubicación exacta de las Fuentes del Nilo fue durante muchísimo tiempo una incógnita. Hubo que esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX para que un explorador británico comprobase de manera indiscutible el lugar exacto del nacimiento del misterioso río Nilo.
Y con ello se llegó a la gran expedición de Richard F. Burton y John H. Speke.
Richard Burton y John Speke compartían el hecho de haber sido oficiales del ejército británico y haber prestado servicio en la India. En todos los demás aspectos, eran dos personalidades completamente opuestas.
Partieron con un numeroso grupo de porteadores, esclavos y soldados indígenas, en total más de 130 hombres, y se internaron hacia el oeste, siguiendo una ruta ya frecuentada por las caravanas árabes de esclavos. No obstante, el viaje fue lento, largo y muy penoso, por culpa de las numerosas deserciones, los robos, el cansancio y las enfermedades, que en varias ocasiones estuvieron a punto de acabar con sus vidas. Casi 5 meses después, en noviembre, llegaron a Tabora (más o menos en el centro de la actual Tanzania), un punto neurálgico del tráfico de esclavos y marfil, controlado por mercaderes árabes y situado a unos 700 kilómetros del punto de partida. Allí se detuvieron varias semanas, descansando y reponiéndose de sus heridas y enfermedades.
A mediados de diciembre de 1857, reemprendieron el camino, adentrándose más en el interior de África, siempre hacia el oeste. De nuevo, los problemas de salud continuaron cebándose con ellos, hasta que un día, casi vencidos por el agotamiento y las infecciones, desde lo alto de una colina divisaron en la lejanía una franja plateada. Era el 14.02.1858, ocho meses después de su partida desde la costa del Índico, y se habían encontrado con el lago Tanganika. De inmediato, Richard Burton tuvo casi la certeza de que habían llegado al fin a su destino, dando por sentado que el río Nilo fluía desde aquel gran lago. Por su parte, John Speke, muy debilitado y momentáneamente casi ciego, debido a una grave infección ocular, no se mostró tan convencido, al menos hasta que no se explorase debidamente el contorno de aquella extensión de agua. Intentaron, pues, recorrerlo en canoa, siguiendo la línea costera oriental hacia el norte, pero por diversas dificultades y contratiempos, no pudieron finalizar su exploración. Los indígenas les habían informado de la existencia de un río en la parte septentrional del lago, pero advirtiendo que aquél vertía sus aguas en el lago, y no al revés. Este testimonio, sin embargo, no pareció importarle a Burton, quien cada vez se reafirmaba más en su tesis de hallarse ante el verdadero origen del Nilo. De cualquier modo, dado que se encontraban en muy malas condiciones y al borde de la extenuación, ambos acordaron dar por finalizado su viaje y emprender el regreso. En aquellos momentos, las relaciones personales entre ambos exploradores se habían deteriorado casi por completo, debido a lo opuesto de sus temperamentos y a su gran discrepancia de criterios. De vuelta a Tabora, donde descansaron de nuevo y repusieron fuerzas, oyeron hablar de otro gran lago, situado al norte de donde se encontraban, al que los indígenas de la región denominaban Nyanza (lago, en realidad). Speke, que estaba convencido de que el Tanganika no era lo que estaban buscando, se separó temporalmente de su compañero, que permaneció en Tabora, y emprendió una larga incursión en solitario que le llevó, por fin, a las orillas meridionales del nuevo lago, al que bautizó con el nombre de Victoria, en honor de la reina de Inglaterra.
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